Por Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio
Tuve el privilegio de conocer a Jorge Mario Bergoglio antes de que el mundo lo llamara Papa Francisco.
Coincidimos en el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y, desde entonces, se forjó un vínculo profundamente fraterno. Con el paso del tiempo, incluso después de su elección como Pontífice, mantuvimos el contacto. Tuve la dicha de visitarlo en varias ocasiones en Roma, y en cada encuentro compartimos palabras cercanas y alguna que otra broma, con el buen humor que siempre le caracterizaba.
Hace pocos años, me emocionó recibir sus saludos y recuerdos personales enviados a través de un alto eclesiástico que nos visitó. Fue un gesto que confirmó, una vez más, que Francisco nunca dejó de ser, ante todo, un amigo. Hoy, su partida nos llena de pesar, pero también de gratitud por su vida entregada al Evangelio. Nos toca rezar por su alma y por el cónclave que se avecina, confiando en que el Espíritu Santo guiará, como siempre, a la Iglesia en su camino.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
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