Por Lincoln López
Las personalidades públicas son reconocidas por la trascendencia de su obra, y casi siempre, basta mencionar solo un nombre para saber de quién se trata. Para el presente caso, es suficiente un apellido: Borges.
Con motivo del 125 aniversario de su natalicio, este espacio rinde un modesto homenaje a una de las figuras cumbres de las letras en lengua española del siglo XX, transcribiendo su cuento: ¨Los dos reyes y los dos laberintos¨. Lo seleccioné porque los expertos borgeanos lo consideran ¨como una diminuta obra maestra¨. Forma parte, de uno de sus libros más representativos: ¨Aleph¨ (1949).
Jorge Luis Borges (1899-1986). Cultivador de varios géneros: poesía, ensayo, además de filósofo, fue un gran escritor de gramática, historia, bestiarios, geografías, recuerdos inventados… Otros dos relatos de mayor proyección: “Ficciones” (1944), “El Hacedor” (1960).
¨Los dos reyes y los dos laberintos¨:
“Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres.
Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día.
Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “¡Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso.”
Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquél que no muere.”
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