Por Luis Federico Santana J.
El liderazgo político nacional prácticamente ha desaparecido del medio y de los medios y las autoridades brillan por su ausencia.
Estas figuras públicas han vuelto de nuevo a su mundo, a sus intereses, a su blindaje, a su seguridad; desde donde el crimen y la violencia están distante y son sólo percepción.
Los delincuentes, que estaban en bajo perfil durante la campaña electoral, ahora recuperan de nuevo su protagonismo en los barrios, ciudades y campos.
Las calles son ahora su espacio, su habitad, su lugar de trabajo, su mundo, el escenario donde actúan su vida.
En las calles estos dueños y líderes del bajo mundo se sienten seguros, por eso se pavonean orondos y satisfechos, a sabiendas de que nada malo les va a pasar.
Los ciudadanos, por el contrario, se han refugiado en sus hogares, conscientes de que solo los delincuentes están seguros en las vías públicas, en los barrios, en los residenciales y hasta en las cárceles, desde donde ejercen su control.
En cada dominicano y dominicana de buena voluntad persiste un sentimiento de orfandad y de abandono total, al tiempo que tiene la certeza de que su vida o su muerte dependen de la agenda que elabora cada día la delincuencia.
¿Quién tiene la seguridad de salir al trabajo o a cualquier otro lugar y regresar sano y salvo a su casa?
Si a cualquier delincuente se le ocurre terminar con la vida de un ciudadano cualquiera, ¿quién se lo impide? ¿Puede confiar en que aparecerá alguna autoridad que salga en su defensa?
Cualquier dominicano de a pie quisiera pensar que la inseguridad ciudadana es pesadilla que se desvanece al despertar, pero no hay despertar.
Lo peor de todo es que este drama no ha sido asumido todavía por las autoridades, porque para ellos es simple percepción. La gran pregunta que cabe formularse hoy es, ¿Si las cosas siguen como van, ¿cómo estaremos en los próximos 5 años?
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