Por Luis Anibal Medrano S
En el presente no voy a plasmar datos estadísticos, escalofriantes, por cierto, sobre la gran problemática que representan los motoristas para la sana convivencia en el tránsito pacífico y ordenado a lo largo y ancho de nuestra República Dominicana, porque si bien es cierto que dan un indicador de la gravedad de la situación, predicar esas informaciones parece ser que no llega a tocar las puertas de los usuarios de los vehículos de dos ruedas popularmente conocidos como motor.
Suerte a Dios que ya pasaron las elecciones y no me van a crucificar por los conceptos sinceros que a continuación voy a detallar como forma de desahogo por los numerosos sustos que pasamos como consecuencia de la presencia inesperada, como fantasma demoníaco, de un motorista perturbador a punto de ponerme a firmar con Los Carmelitas.
Los diferentes gobiernos que hemos tenidos a partir de la desaparición del Trucutú de San Cristóbal, han intentado (uno más que otros) ponerle el cascabel al gato y resolver esa descomposición social que representa el comportamiento charlatán de los usuarios de los llamados “venganza japonesa”.
Es impostergable tomar medidas severas para poner orden a esa clase social que tal parece que sus miembros, al adquirir una motocicleta, entregan como parte del pago la vergüenza que puedan tener. Eso se desprende del hecho mismo de que una persona puede ser muy seria o decente, al conducir ese tipo de transporte sufre una mutación y arranca a realizar todo tipo de actos reñidos con las leyes que rigen el uso de estos. Confesamos que estamos generalizando, pero son escasas las personas que no violentan dichas leyes.
Escuchamos al presidente Luis Abinader hablar de la necesidad de tomar medidas urgentes en ese tenor, se hace necesaria la imposición de esas intenciones regulatorias, aunque, en conversación con un reconocido director de un longevo periódico dominicano, este me expresó que el dominicano se acostumbró a obedecer bajo represión.
El motorista en su mayoría es irrespetuoso de las leyes y los agentes de la Digesett, parecen que se están cansando de los conflictos con ellos, se están cuidando de no perder el rango y ser cancelado por la bravuconada de un rebelde motorizado que lo impulse a perder los estribo y repeler la inconducta en cuestión.
Alguien comentó una vez que los motoristas son peores que el coronavirus, es posible que tenga razón, si observamos las muertes, invalidez y alteración del sistema nervioso que estos ocasionan. Donde menos usted lo espera, ahí sale un motorista en vía contraria, por la acera, de cualquier callejón, y de muchísimas maneras más.
Estoy seguro que muchos lectores dirán que son padre de familia, que el motor es la forma de ganarse la vida, que se ayudan en lo económico, que agilizan la llegada a su destino. Todos esos posibles argumentos no le dan patente para el desorden, para andar por donde mejor le parezca y de la forma que le plazca.
No podemos seguir con este desorden, se debe aplicar todo el peso de la ley, si es necesario aumentar las penas de manera tal que cojan juicio y obtengan la vergüenza nuevamente, algo se tiene que hacer, es una responsabilidad colectiva, donde el gobierno pone su cuota, pero el ciudadano debe poner la suya, porque de nada sirve aplicación severa de la ley, de utilización de métodos represivos, si los muertoristas no aceptan que deben cambiar su comportamiento.
Como dice el dicho popular, a algún lado llegaremos, mientras tanto la pregunta idónea es ¿Qué vamos a hacer con los motoristas?
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