Por Luis Federico Santana J.
La temeridad y la imprudencia en el tránsito vehicular se han convertido en una práctica normal en este país. El día a día va legitimando poco a poco la violación de las leyes, a fuerza de tanta repetición.
El ciudadano está tan acostumbrado a esto que le resulta extraño que choferes y conductores no violen el rojo del semáforo, que anden con todas sus luces en la noche y que no forcejeen en las calles para arrebatar el derecho a los demás.
Es tan así que, la generalidad de los choferes, conductores e incluso los transeúntes; ven como un espécimen raro a quien anda según lo establecido por la ley.
El tránsito se ha escapado de las manos a las autoridades y, los resultados de este desliz, se expresa con muertos, heridos o mutilados.
Unos 35 años atrás las personas morían en cama, en avanzada edad o por alguna enfermedad. Hoy los jóvenes y adolescentes encabezan las estadísticas de muerte por accidentes de tránsito.
Los accidentes de tránsito y el crimen no conocen sexo ni edad, al momento de listar a sus víctimas. Al parecer, nada de esto preocupa a las autoridades ni a los ciudadanos.
Cada día el país se levanta o se acuesta constatando en la prensa, la radio, la televisión y en las redes sociales; las cifras fatales. Ocurre algo parecido a cuando el jugador de lotería revisa los números que salieron, para ver si sacó o se peló.
Como decía Rodriguito, presentador del famoso “Informador Policíaco - Con el Suceso de hoy”: “La vida no se detiene, prosigue su agitado curso”
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