Por Lincoln López
Las fábulas datan desde hace más de 2,500 años. Según textos especializados, los primeros en utilizarlas en Oriente fueron ¨sabios y sacerdotes como expresión de principios y de dogmas¨. Con los años pasaron a Occidente, y sus autores fueron, generalmente literatos, y como género pertenece a la narrativa.
Esopo (S. VI a. C), es considerado para la cultura occidental el padre de la Fábula. El historiador Herodoto lo describió como un esclavo al que se le concedió la libertad por su enorme habilidad para escribir fábulas. En la Grecia clásica y durante mucho tiempo posterior, fueron muy populares las Fábulas de Esopo.
Toda fábula termina con una moraleja o fabulación como una lección explícita de vida y moralizante; por eso son útiles para los niños. Esa es la razón por la cual, luego fueron incorporadas en los textos utilizados para la enseñanza formal. Además, “es un relato generalmente breve, cuyos personajes suelen ser animales y objetos dotados de habla y sentimientos humanos”.
A continuación reproduzco la famosa fábula de Esopo, titulada: “La rana y el escorpión”.
“Cuenta un relato popular africano que en las orillas del río Níger, vivía una rana muy generosa.
También vivía por allí un escorpión, que deseaba atravesar el río, pero no estaba preparado para nadar: “Por favor, hermana rana, llévame a la otra orilla sobre tu espalda”
La rana, que había aprendido mucho durante su larga vida llena de privaciones y desencantos, respondió enseguida: «¿Qué te lleve sobre mi espalda? ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco lo suficiente para saber que si te subo a mi espalda, me inyectarás un veneno letal y moriré!».
El inteligente escorpión le dijo: «No digas estupideces. Ten por seguro que no te picaré. Porque si así lo hiciera, tú te hundirías en las aguas y yo, que no sé nadar, perecería ahogado».
La rana se negó al principio, pero la incuestionable lógica del escorpión fueron convenciéndola… y finalmente aceptó. Lo cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró, y comenzaron la travesía.
Llegaron a mitad del río. Atrás había quedado una orilla. Frente a ellos se divisaba la orilla a la que debían llegar. La rana, hábilmente sorteó un remolino…
Fue aquí, y de repente, cuando el escorpión picó a la rana. Ella sintió un dolor agudo y percibió cómo el veneno se extendía por todo su cuerpo. Comenzaron a fallarle las fuerzas y su vista se nubló. Mientras se ahogaba, le quedaron fuerzas para gritarle al escorpión:
«¡Lo sabía! Pero… ¿Por qué lo has hecho? No debiste hacerlo porque ahora moriré y tú te ahogarás»
“Lo sé”, replicó el escorpión mientras se hundía en el agua. “Pero soy escorpión. Debo picarte. Esa es mi naturaleza”.
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