Los cauchos
La historia del caucho suele ser contada desde la perspectiva del joven inventor estadounidense Charles Goodyear que, a pesar de las deudas y los sucesivos fracasos, persistió hasta descubrir la vulcanización del caucho, que luego serviría para desarrollar neumáticos.
Mucho antes de Goodyear, el caucho ya era conocido por los nativos de Sudamérica. Según los reportes de los europeos, que datan de los 1490, los indígenas hacían una suerte de cera con los árboles que daban "leche" al ser cortados.
De acuerdo con el periodista de la BBC Tim Harford en su serie "50 cosas que hicieron la economía moderna", una serie de innovaciones llevaron a una explosión de su demanda, lo que tuvo sangrientas consecuencias.
En la década de 1820, el caucho estaba empezando a atraer más y más interés. Los cargamentos de Brasil rumbo a Europa eran cada vez más frecuentes. Con él se fabricaban zapatos, sombreros, abrigos y chalecos salvavidas. Además de servir para hacer llantas de bicicletas y autos, el caucho pasó a ser un material indispensable en cintas de transporte para automatizar el trabajo en las fábricas.
La demanda por este material era tan grande e importante que las potencias europeas se adentraron en una búsqueda desenfrenada a lo largo del mundo.
De acuerdo con un estudio de 2015 liderado por Eleanor Warren-Thomas de la Escuela de Ciencias Ambientales de la Universidad de East Anglia (Reino Unido), la demanda global de neumáticos de caucho está detrás de la deforestación en el sudeste de Asia.
En la actualidad, más de la mitad del caucho del mundo no proviene de árboles que lloran, sino que es fabricado de manera sintética. Desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial, el caucho sintético es más barato y a veces mejor que el natural. Tal es el caso, por ejemplo, de su aplicación en neumáticos de bicicletas.
El caucho todavía genera polémicas y, si bien ya no corta manos, todavía corta árboles.
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